lunes, 26 de marzo de 2012

Un desaparecido es un signo de admiración, una certeza, tiene entidad, está

Tenía todo planeado.

Iba a decir que estaba escribiendo una biografía de mi mamá y que por eso necesitaba saber si había trabajado en esa escuela. La había identificado en su álbum de fotos de maestra. Un nene de 9 años sostenía en sus manos la pizarra en la que podía leerse Escuela N° 21, pero no decía de qué localidad así que yo intentaba con la 21 que quedaba más cerca de su casa en Adrogué, en Longchamps. Tenía todo planeado, pero la vice fue tan amable que el plan se me desarmó enseguida y enseguida revelé las verdaderas razones del llamado.

Esa misma tarde obtuve una confirmación. Habían hurgado en el pasado y tenían en la dirección un contralor de 1970 con el nombre de mi madre. Había encontrado así de fácil un destino preferencial para la tercera biblioteca.

Fijamos como fecha simbólica el 24de marzo, pero como caía sábado arreglamos para el lunes 26.

El miércoles de la semana anterior la vice me llama como loca: ¡llamaron que Silvina Gvirtz viene el 23 a la escuela!

Como yo la había invitado a la donación pensé que había habido un malentendido. Llamé al ministerio pero yo no terminaba de lograr explicarme y nadie terminaba de entenderme. Al fin el jueves hablé con Claudia Bracchi, la vice ministra. Me dijo que la visita a la escuela no era por Libro Libre sino por el acto oficial, que habría un acto oficial en el Nacional de Adrogué luego de lo que la ministra visitaría la 21.

-      Ok, ¿yo no tengo que ir, entonces?
-      Sí, es importante que vayas pero no puedo decirte porqué, quiere decírtelo directamente Silvina.

Silvina es la ministra de educación bonaerense, pero nos conocemos desde mucho antes que eso. Ha sido mi jefa, mi profesora, mi directora de tesis.

Fabi estaba en Catamarca y lo llamé para decirle: no sé nada, pero me parece que te tenés que volver.

Ese día no había aviones desde Catamarca hacia Buenos Aires. Se tomó un micro hasta La Rioja, para volar desde ahí.

Cuando al fin me llamó Silvina supe que había valido la pena ese escollo.

El viernes los chicos fueron a la escuela porque no quisimos que se perdieran lo que fueran a hacer por el 24.

Al medio día fuimos a buscarlos y partimos hacia Adrogué. Fuimos en dos autos cargados de cajas con libros.

Almorzamos en lo de mis tíos, cambiamos a Fi y a Cuca y salimos para la escuela. Mi marido, mis hijos, mi abuela, mis tíos, mis primos, mis sobrinos y yo.

El acto oficial comenzó con la lectura de la resolución de restitución histórica por el que volaba de su legajo docente la mentira de abandono de cargo. En su lugar pasaría a consignarse: Ausencia por desaparición forzada. La lectura de esa resolución en aquel patio lleno de estudiantes, docentes, autoridades, familiares y amigos llegó sin escalas a un vericueto de mi alma que no suelo explorar, y aunque no quise ya estaba llorando.

Después Silvina me entregó la resolución y yo dije unas palabras.

Siguió entregarle a Francisco, el nieto recuperado 101, un certificado analítico con el nombre que le pusieron sus padres a la basura el que tiene el que le pusieron sus apropiadores.

Y una idea genial: le entregaron a los representantes de los Centros de Estudiantes de la Provincia las urnas que se usaron en las elecciones presidenciales de 1983,como símbolo de la democracia.

Después hablaron Silvina, el intendente de Adrogué Darío Giustossi y la directora de Nivel Secundario.

Y cuando el actos e dio por terminado siguió un rato larguísimo de abrazos con gente que nos había acompañado y con otra que ni siquiera sabíamos que estaban allí.

Y entonces nos subimos a una combi y partimos con la donación de Libro Libre a la escuela # 21.

Si creíamos que nuestra capacidad de emocionarnos había llegado a su límite nos equivocamos. Directivos, docentes y chicos nos esperaron en un patio ornamentado para la ocasión con grandes murales que resaltaban en el marco de un cielo sin nubes.

La comitiva ministerial, mi familia y yo nos ubicamos en primera fila para ver un acto que no habíamos visto ni en nuestros sueños.

El coro entonó la canción La memoria, de León Gieco, y una ronda de Madres de plaza de Mayo fue surgiendo a nuestras espaldas, seguidas de compañeros que depositaron velas sobre los pañuelos dibujados en el piso. Me entregaron una carpeta con toda la documentación del paso de mi madre por la escuela y me pidieron que plantara un árbol en su memoria.

Cuando me mostraron el proyecto de mural con que decorarán la pared del patio yo supe definitivamente que los tiempos en los que un desaparecido no tenían entidad se habían esfumado para siempre.

Era de noche cuando volvimos a casa. Y todavía teníamos que preparar los carteles para la marcha del 24.







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